Estos días circula esta imagen por redes y creo que merece una reflexión por todo lo que aborda.
Pido disculpas porque no pone de quién es y, por tanto, no puedo remitiros al autor.
Más allá de esa imagen idealizada de la madre amorosa, cuando te topas con adultas inmersas en su crecimiento personal, que afrontan sus demonios internos, bien sea como coachees (persona que recibe el proceso de coaching) o como compañeras de talleres y cursos, te das cuenta de como muchas no han tenido, precisamente, ese ideal de madre y cuando dolor cargan a las espaldas.
Es más, esa creencia de que esa madre debería haber sido de una u otra manera, lo que se espera de ella, ha hecho que ese dolor fuera aún más profundo cuando se tiene edad suficiente para analizar la situación, y la presión en el momento de ser madre, de no actuar como ellas, de que a nuestros hijos no les falte todo eso que emocionalmente nos faltó….también es una carga tremenda que, en ocasiones, termina con somatizaciones que pueden llegar a poner en riesgo nuestra vida.
Echando un paso más atrás en el árbol genealógico, si hay una imagen de dulzura idealizada es la de la abuela ¿y cuántas abuelas no son así?
Por otra parte, hay mujeres que quizá como abuelas se han relacionado de otra manera con sus nietos pero, como madres, tampoco fueron todo lo amorosas, o emocionalmente presentes que nuestras madres hubieran necesitado para aprender a ser la madre que luego, nosotras, hubiéramos necesitado.
Estamos hablando de generaciones que han pasado por situaciones duras y han tenido que sobrevivir y salir adelante y quizá otras necesidades han quedado en un segundo plano.
No obstante, personalmente, creo que hay personas capaces de conectar desde la dulzura, desde el amor, independientemente de la situación que estén viviendo, digamos que forma parte de su esencia y, otras personas, que aún viviendo en situaciones de abundancia y comodidad no lo son, porque no forma parte de su naturaleza…y eso es así, no queda otra que aceptarlo.
Lo que hace daño es seguir esperando lo que no te pueden dar.
¿A dónde quiero ir a parar?
Pues a que si nosotras no hemos recibido, por el motivo que sea, esa manera de estar presentes para nuestros hijos, de conectar con ellos desde la dulzura, desde el amor, desde la presencia, es bastante complicado que aprendamos a hacerlo así, de la noche a la mañana, sin sanar nuestras propias heridas y sin hacer un trabajo interior de toma de consciencia de todo esto.
Cuando llegas a la edad adulta habiendo tenido una madre crítica, que nunca hacías nada bien, de la que nunca has recibido un reconocimiento, pues te encuentras con que no saber ver tus fortalezas o confías poco en ti misma (aunque los demás te las vean) y resulta que tú ni siquiera has sido consciente de ello.
Y, como no te sale natural, el estar ahí para tus propios hijos y valorarlos, aunque no te des cuenta, te supone un esfuerzo infinito pero es que es muy difícil cuando tú no lo has recibido.
Si has tenido una madre que, por el motivo que sea, no ha ocupado su lugar en la familia, y has sido tú la que tomaste el rol que le correspondía a ella, resulta que, sin ser consciente, estás cargando con un montón de cosas que no te corresponden y que vas a tener que soltar si quieres poder hacerte cargo de tu propia vida.
Podríamos encontrar muchos tipos de situaciones distintas, pero todas nos llevarán más o menos a lo mismo: no recibir lo que necesitas hace que luego tú no puedas dar lo que toca, a menos que lo trabajes en ti para romper esa cadena.
Los hijos son de los mejores maestros que nos vamos a encontrar en la vida, nos hacen de espejo.
Muchas veces nos ponen delante, más con hechos que con palabras, aquello que menos nos gusta de nosotros mismos, aquello que no tenemos trabajado.
Recuerdo una amiga que me contaba que ella no soportaba llorar, se había cargado con la creencia de que tenía que ser fuerte, y su hija era una tremenda llorona….así que no le quedó otra que trabajarlo porque claro, supongo que la sacaba de sus casillas.
Eso es lo que sucede con lo que nos ponen enfrente de nosotros mismos y no queremos ver o no nos gusta reconocer…que nos perturba, que nos hace sentirnos mal, que nos saca de quicio y no sabemos porqué.
Y ahora, nuestra vida nos lleva a ser madres adoptivas (me vale igual para padres ¿eh? pero estábamos con el tema de la madre cactus) y resulta que nuestros hijos nos hacen de espejo y vemos en su abandono, nuestro propio abandono emocional, y conectamos con eso, y no sabemos como gestionarlo porque nos despierta la misma rabia que a ellos, la misma tristeza profunda pero es que, tal vez, ni siquiera nos damos cuenta de donde nos viene…y nosotras solo queremos ser la madre más amorosa del mundo, estar presentes, ser para ellos todo eso que ellos necesitan y, de repente, te das cuenta que te estás poniendo del revés y no tienes ni idea de porqué.
Y tus hijos, al irse haciendo un poco más mayores, te echan en cara que nada te parece bien, que es que nunca es suficiente con lo que hacen, o que no los valoras…y bueno, aunque separes el grano de la paja y veas qué parte es suya y qué parte es verdad que te toca a ti, dices:
“Pero si esto era justo lo que yo no quería hacer, ¿Cómo hemos llegado aquí?”
Y nos toca revisar qué es lo que está pasando, como llevamos las expectativas, desde donde los estamos mirando, cuantas veces nos sale el juicio en lugar de la empatía…y, sobre todo, tomar consciencia de nuestras propias heridas, de lo que nos toca mirar y sanar a nosotras para, nosotras sí, ser esa madre que queríamos ser.
Y hacia esas madres cactus que quizá nos tocaron y nos hirieron, toda nuestra gratitud porque nos han servido de aprendizaje, porque nos han hecho crecer, porque nos han hecho tomar consciencia de nosotras mismas y de lo que queremos y no queremos; aceptación porque las cosas fueron así y no de otra manera; y una mirada muy muy compasiva porque ellas tampoco pudieron hacerlo de otra manera desde esa niña herida que está congelada dentro de ellas.
Descarga GRATIS la guía:
"Lo que me hubiera gustado saber antes de adoptar"