Cuando los que nos relacionamos, de una u otra manera, con el mundo de la adopción y nos referimos a “orígenes” suele ser en referencia a los de nuestros hijos, muchas veces totalmente desconocidos, otras no tanto, esa tercera pata del trisquel que nos traemos a casa a la vez que nos los traemos a ellos, igual si los traes de la otra parte del planeta que si son de tu misma comunidad autónoma.
Nos referimos a ellos, en muchas ocasiones, al llegar a la adolescencia, como otro componente más, y ni mucho menos el de menor importancia, en la coctelera de emociones que configuran las adolescencias de nuestros hijos.
Sin embargo, yo hoy quería dedicar esta entrada a nosotros mismos, a nuestros propios orígenes.
A como nos afectan en nuestra paternidad, en nuestra manera de vernos, de exigirnos (o no), de proyectarnos en nuestros hijos, de aceptarnos y aceptarlos.
Este blog no lleva el apellido “consciente” por casualidad sino porque, si algo he aprendido en los últimos años, es que ser consciente de aquello que me mueve y me remueve a mí, me hace más capaz como persona y, por supuesto, como madre.
Todos somos una proyección de nuestras familias de origen, de nuestras historias familiares, aunque no lo sepamos, aunque no lo tengamos en cuenta.
Y los que nos hemos criado con ellos, nos han transmitido sus valores, sus prejuicios, sus secretos (aunque sea callándolos)…y todos los demás “sus”, los estamos transmitiendo inevitablemente y nos están condicionando en nuestras relaciones, en nuestras reacciones y en nuestra manera de educar.
Esto no es ni bueno, ni malo, simplemente…ES.
Conocí la terapia sistémica y las constelaciones familiares hace muchos años, cuando no se hablaba de ellas en absoluto y era complicado explicar en qué consistía esa manera de intervenir.
Me apasionaron y pasé bastante tiempo leyendo y formándome al respecto.
Hay muchas opiniones encontradas, como en todo, pero a mí me han ido muy bien.
Siempre me han ayudado a ver algo que estaba impidiendo avanzar, me han ayudado a poner “orden” que de eso se trata.
En todos los talleres grupales que he realizado, te asombra ver como a personas adultas, hechas y derechas, nos afecta de una manera tan limitante, esa carga familiar que llevamos.
Me encanta que jamás se ponga un juicio ni una culpa sobre ellos.
Cada uno hace lo que puede, lo mejor que puede y no hay culpa pero sí hay que tomar consciencia sobre ello y aceptación de lo que es y como es.
Darle a cada uno su lugar y liberarte de esa carga.
En los grupos de padres, en ocasiones, también hablamos de nuestras propias familias, de como nos sentimos o no aceptados, de como sentimos que nuestros hijos son reconocidos, o no, o nuestras parejas y sorprende, al hablarlo en grupo y compartir emociones, sensaciones, duelos, heridas y miedos que muchos ni siquiera eran conscientes de que eso estaba ahí, no lo habían visto nunca, no lo habían trabajado jamás y vamos con nuestras propias mochilas, muchas veces bien pesadas, intentando ayudar a nuestros hijos a llevar las suyas.
Nuestras mochilas que si parentamos solos, llevamos solos, pero si parentamos en pareja, como sucede la mayor parte de las veces, tenemos dos mochilas distintas que cargar, a veces una se carga más y tienes capacidad para ayudar a llevarla en la cuesta arriba, otras veces, cuando el camino se estrecha las mochilas chocan, y estorban y dificultan aún más ese camino.
Y deberíamos tomar consciencia de todo esto, para trabajarlo, para ir vaciando en la medida de lo posible el peso de esas mochilas y que nos dificultaran lo menos posible el camino y la capacidad de ayudar a nuestros hijos a cargar las suyas.
¿Cuántas veces hemos ido a una reunión familiar y hemos vuelto sintiéndonos fatal sin saber muy bien porqué?
¿Cuántas veces un comentario, quizá inocente de un familiar, a nosotros nos ha sacado ampollas?
¿Cuántas veces empezamos a sufrir la navidades en noviembre anticipando lo mal que lo vamos a pasar?
¿Cuántas veces las obligadas vacaciones de verano en familia, lejos de descansar, cargan?
¿Cuántas veces presumimos de que nuestra familia es una piña pero no nos relacionamos con la familia política?
¿Cuántas veces sufrimos porque nuestra pareja no es del todo aceptada por nuestra familia?
¿Cuántas veces sabemos y sentimos que no apoyaron nuestra decisión de adoptar?
Todos vamos edificando nuestra propia historia familiar sobre unos cimientos que, a veces, son como arenas movedizas, otras veces son totalmente rígidos e inflexibles, en muchas ocasiones están plagadas de desencuentros, de incomprensión, de heridas todavía sin terminar de curar, y todo está bien, todo nos hace los que realmente somos, pero es necesario conocerlo, aceptarlo, reflexionar para no reaccionar.
En resumen, tomar consciencia de quien soy, de como soy, y de porqué soy.
Poner luz sobre todo lo que desconozco de mí para que no me impida avanzar, para que no me lastre a la hora de recorrer mi propio camino y de acompañar a mis hijos en el suyo.
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