¿Cuántas veces algo que hemos dicho o hecho se ha interpretado de una manera totalmente distinta a lo que era nuestra intención?
¿Cuántas veces habremos hecho nosotras lo mismo con los demás?
Deberíamos tatuarnos esta frase: “Soy responsable de lo que yo digo, no de lo que tú interpretas”
Si ya llevas algo de camino hecho y has conseguido no reaccionar a lo que interpretamos como provocaciones de los demás, sino que eres capaz de parar, pensar y luego, responsable y reflexivamente responder….habrás evitado muchos malentendidos.
Si todavía reaccionas en ocasiones de malestar, de estrés, o cuando nos tocan ese “puntito” que no tenemos trabajado pero luego eres capaz de reflexionar, de analizar, de ver qué ha pasado y hablarlo tranquilamente con la persona con la que ha surgido el conflicto, te darás cuenta de qué cantidad de cosas hemos interpretado, pasado por nuestro filtro y mezclado con nuestras creencias.
Sé que va a sonar extraño pero rara vez discuto con mi marido.
Él tiene buen carácter y mucha paciencia y yo, que no tengo tanta, me suelo entender bien con él y, cuando discrepamos, tenemos facilidad para ponernos de acuerdo o, sobre todo que, las pocas veces que llegamos a una discusión, en poco rato soy capaz de gestionar el enfado, y pasar a otra cosa.
Pero anteayer me tocó un “puntito” de esos que no tengo trabajados, que me producen resistencia: el ejercicio físico, y además me encontraba mal físicamente, así que tuve una mala contestación y una reacción fuera de lugar.
Él, que está cargando con mucho en esta temporada, también reaccionó mal en un primer momento y luego necesitó muchas horas para sí mismo, para desconectar, centrarse en su trabajo, en su ocio, o en lo que fuera.
Nunca había estado tantas horas con esa sensación de “distancia”, en un momento en el que, sintiéndome mal, necesitaba de su compañía, pero también me vino bien para reflexionar sobre porqué yo había reaccionado así y porqué él había llegado a esa situación límite…así que ayer pudimos hablarlo tranquilamente al final del día y ahí es donde te das cuenta de lo que yo dije y porqué lo dije y porque lo dije como lo dije; de lo que él escuchó y lo que interpreto al respecto, que ya no era lo mismo exactamente que yo había dicho; su interpretación ya no tenía nada absolutamente que ver con mi intención inicial….y así hasta el infinito y más allá si hubiéramos continuado discutiendo, que no fue el caso.
Cuando eres capaz de poner orden en esa madeja de emociones, intenciones, interpretaciones….es mucho más sencilla la reparación porque, normalmente, queda todo reducido a poco más que nada.
No he dicho en ningún momento que sea fácil…como cualquier otro ejercicio de consciencia que queramos hacer, requiere de entrenamiento.
Y meteremos la pata un montón de veces, porque somos humanos, pero mejorará mucho la relación con nosotros mismos y con nuestro entorno.
Nuestros hijos también dan lugar en el día a día a un montón de reacciones, de juicios, de interpretaciones…y nos dan muchas, muchas ocasiones para entrenar y practicar y, de verdad, que todos ganaremos con ello.
Además les damos a ellos una maravillosa herramienta para relacionarse de otra manera tanto con nosotros como con los demás.
Sinceramente, a mí me es mucho más complicado salir airosa con ellos que con mi marido, pero mejor no desanimarse y seguir practicando.
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