Llevo una temporada revuelta y no parece que mejore la situación en el corto plazo.
Sin embargo, esto también pasará, lo que no sé es cuando…
Tengo que escucharme para sostenerme y cuidarme. A esto también se aprende.
También tengo que dejarme ayudar en la medida de lo posible.
Hoy he enviado un video a una de las Aulas de la Escuela de familias, y una de las integrantes, me ha escrito por privado, diciéndome que me veía mala cara y ofreciéndose para echarme una mano y acompañarme en estos momentos.
Así, sin necesidad de saber qué me pasa.
Eso es “VER” al otro. Darte cuenta de que algo le pasa y que puede necesitarte de alguna manera.
Por otra parte, a raíz de unos debates en RRSS que ha habido en las últimas semanas, llevo días pensando en cuanto “VEMOS” a nuestros hijos.
Hubo un debate en el muro de Facebook de Beatriz Benéitez (a la que si no seguís, os recomiendo que lo hagáis) por una reflexión que puso ella respecto a las opciones que les daban a los adoptados cuando cuestionaban la adopción, que levantó ampollas.
La reflexión era la siguiente:
“Para mí es cruel que, para legitimar la adopción nos pregunten: ¿Qué preferirías haber sido abortado o haberte quedado en el orfanato? Para mí, es hacernos elegir entre muerte, soledad o amputación”
Hay casi 200 comentarios en esa publicación en un debate sobre las maravillas de la adopción y la ingratitud (o no) de los adoptados.
¿Por qué nos cuesta tanto a las familias adoptivas asumir que para nuestros hijos haya sido durísima esa “amputación” de su familia de origen, de su cultura, de su país?
¿Sentimos que eso nos cuestiona a nosotras como familias?
¿Qué juzgan si lo hacemos bien o mal?
Yo puedo haber sido la mejor madre del mundo mundial para mis hijos, quizá, en algunos aspectos seguro que mejorable; y al mismo tiempo, eso no evita el desarraigo que ellos sufrieron de su origen, de su familia.
Después ellos gestionan ese desarraigo como pueden.
Tengo la impresión, que cuando se nos plantean estos temas, nos cuesta mirar a nuestros hijos a los ojos y sostener la verdad que encontramos.
Preferimos mirar para otro lado, justificar nuestra crianza y nuestra buena voluntad, y decidir que ellos están estupendamente.
Se ha dado otro caso, aún más mediático de una chica que no conozco personalmente, que está publicando videos en Tik Tok, y se han compartido en otras RRSS.
Se llama Alicia Martínez (@ahimsa97), es de China, adoptada en España, y habla en esos videos sobre su identidad y su visión de la adopción.
Otras personas se le han echado encima como hienas.
Pero…¿Qué nos pasa?
Intentaban hacer ver, que esa visión era única y exclusiva suya, porque habría tenido mala experiencia, mala suerte…o porque era una desagradecida.
Los comentarios iban desde la autodefensa de otras familias adoptivas: “no a mi hija no le pasa eso, es muy feliz, está fenomenal” a insultarla directamente a ella, e incluso amenazarla.
Se me ocurrió la brillante idea de participar en unos de los debates, planteando a una de las madres que defendían lo maravillosamente que estaba su hija, si no le llamaba la atención que todas las que estábamos por allí éramos madres adoptivas, pero no se veían a muchas adoptadas adultas (no en aquel hilo) llevándole la contraria a Alicia. Que quizá, no nos dábamos cuenta hasta que punto afectaba a nuestros hijos su adopción.
Tal vez, no les estamos “viendo”.
Bueno…me saltó a la yugular sin contemplaciones: Su hija era muy feliz y no tenía ningún problema de identidad “porque todos la habían querido mucho desde que llegó”
Flipando,
¿Y quién le dice a ella que a los que lo pasan mal no los han querido desde el minuto 1? ¿Quién le dice a ella que a Alicia no la quieren, o no la han querido?
Después de un par de contestaciones salidas de tono y en las que dejaba clara su falta de consciencia sobre los sentimientos que pudiera tener su hija porque no era “mi hija se siente así o asá” era “mi hija ya tiene 24 años y no ha dicho nunca nada, ya ha tenido tiempo de haber estado mal hasta ahora y está fenomenal”
¿Y no te llama la atención que no haya dicho NUNCA NADA?
Lo siguiente que me contestaron es que eso les pasaría a los que habían venido con dificultades de “pasaje verde”, ante semejante planteamiento, decidí retirarme discretamente.
El refranero castellano ya dice. “No hay mejor ciego que el que no quiere ver”
Sin embargo, nuestros hijos NECESITAN que los VEAMOS, que miremos más allá de lo que dicen y hacen, y nos preguntemos como se sienten con su historia previa con sus vivencias, como les resuenan los acontecimientos que viven en su día a día, el racismo, los prejuicios, las creencias sociales…
Luego, el abanico de reacciones puede ir desde el: “yo solo tengo una familia que sois vosotros porque me habéis cuidado siempre y los de origen no” (y también hay que mirar que hay detrás aún respetando ese sentir); a una fidelización con su la familia de origen a través de sus conductas, de sus relaciones, de sus decisiones, etc.
Cuando tú dices: “Esto de que madre no hay más que una, es una mentira, porque tú tienes dos” y tu hijo por adopción te contesta “No, es verdad, yo solo te tengo a ti que la otra no hizo nada”
¿Subidón de ego, verdad?
Pues toca explicarle que sí hizo porque, por nosotras, no estaría en este mundo, la vida se la dio ella.
Es cierto que, en muchas ocasiones, ya no hizo nada más…pero es que eso es mucho.
Así que toca VERLOS y VERNOS.
Darle su lugar a su historia, a su origen, a su familia biológica, a su madre de nacimiento.
Y, por supuesto, darnos el lugar que nos corresponde a nosotros.
Y validar y aceptar todo lo que ellos puedan sentir en ese lugar que ocupan entre esos dos mundos.
Sé que todo esto no es nada fácil, nada.
Por eso me formé y empecé a hacer acompañamientos a familias porque estas cosas nos cuesta verlas y aceptarlas muchas veces.
Porque, en ocasiones, nos sabemos muy bien la teoría, pero luego, cuando llega el momento de la práctica…¡agüita!
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