Hoy he vuelto a salir a pasear con mi bici de siempre, la que me restauró mi marido como regalo de mi 50 cumpleaños.
Le quedó preciosa.
La he usado muy poco, y me he propuesto salir a pasear con ella más a menudo.
Las veces que la he cogido me siento muy insegura.
Montar en bici no se olvida, pero no se va igual de suelta cuando la usas habitualmente que si la coges una vez al año.
Me da miedo que mi marido, con mucho más dominio que yo a las dos ruedas, vaya en paralelo a mí.
Él no lo entiende e intenta explicarme con su mente práctica, que es más peligroso que el vaya delante o detrás mío.
A mí me molesta que no lo entienda, porque casi me siento ridícula de verbalizar que, a pesar de considerarme una mujer adulta, madura y racional, que ha trabajado sus miedos y sus duelos, hoy reaparecen unos miedos que se remontan a los 2 grandes trompazos que me di en mi infancia: el primero cuando estaba aprendiendo y luego otro, cuando ya tenía suficiente soltura, haciendo carreras, que dejó uno de mis dientes incisivos en el bordillo de una acera.
También me viene a la mente la caída de una vecina, casi en parado, y que le costó más de un año de problemas, pruebas y dolores de rodilla además de la posterior operación y de la rehabilitación.
Tanto unos como el otro, son miedos infundados pero no puedo quitarlos de mi mente cuando voy en bicicleta.
Y esta experiencia propia, como tantas otras, me hace pensar en las reacciones de nuestros hijos, muchas veces incomprensibles para nosotros, pero que los contactan con sus miedos de una primera infancia adversa, con muchas dificultades, como mucha incertidumbre, con mucho miedo, que han quedado grabados en su memoria implícita.
Me recuerda la charla de Claudia Antelo para AFAM, que fue una delicia, sobre Crianza Conectiva, que hablaba de la ansiedad que puede provocarle a nuestros hijos, ya adolescentes, la incertidumbre de no saber cuando o qué van a comer, si han tenido privación de comida antes de llegar a nuestras vidas.
Ellos tienen, en ocasiones, reacciones que nos parecen exageradas, extremas, enfados desbordados y no entendemos qué es lo que los ha provocado pero, podemos estar seguros que ha habido algo, por pequeño que a nosotros nos parezca, que ha tocado una “tecla”, que ha hecho sonar una sintonía que para ellos era conocida, estaba en su memoria inconsciente, y les ha hecho saltar.
He aprendido que, cualquier comportamiento de nuestros hijos, es una comunicación, están tratando de decirnos algo y deberíamos investigar qué es ese “algo” para poder interpretar lo que nos están diciendo y atender esa necesidad.
¿Qué es lo que nos están queriendo decir?
Yo he sabido detectar esta mañana que era lo que se despertaba en mi mente al sentirme sobre 2 ruedas, pero eso requiere un trabajo de consciencia.
En otro momento, quizá, simplemente, le habría dicho a mi marido: “no te pongas a mi lado que me pones nerviosa, que eres un incordio” y eso habría quedado ahí, sin comprensión ninguna.
Ahora, los dos sabemos lo que pasa, y podemos pactar una distancia que a mí me haga sentir segura, seguir practicando, y poco a poco tal vez, los miedos queden atrás.
Muchas veces, demasiadas, nuestros hijos adolescentes, y a veces mucho antes de la adolescencia, muestran comportamientos disruptivos: son retadores, nos desobedecen, mienten, hacen cosas que son buenas para ellos, y normalmente, por sistema, intentamos atajar el comportamiento.
Si detectamos, por ejemplo, que un adolescente ha empezado a fumar, y para nosotros es importante que no lo haga, es muy posible que requisemos su tabaco, le retiremos la paga, le castiguemos sin salir….y casi puedo apostar, que ese comportamiento va a empeorar porque solo estamos queriendo cortar el comportamiento que no nos gusta, pero no buscamos qué necesidad tiene, porqué lo hace, que es lo que está sucediendo realmente.
Es decir, queremos atajar el síntoma sin buscar el foco de la infección.
Tenemos que interiorizar, y lo sé, cuesta, no es fácil, que su comportamiento, sus gritos, su enfado, su….”lo que sea” no es CONTRA nosotros, que ellos reclaman nuestra ATENCIÓN porque la NECESITAN.
Es un proceso que nos obliga a cambiar el foco, que supone un aprendizaje continuo para nosotros, que nos obliga a estar continuamente alerta sobre qué es lo que nos quieren decir cuando hacen tal o cual cosa, pero yo creo que merece la pena intentarlo, que la relación con nuestro hijos va a cambiar a mejor.
Si nos equivocamos, no pasa nada; si volvemos a nuestras viejas políticas de castigo, reconocemos nuestro error, pedimos disculpas y volvemos a empezar….cada día, cada momento, nos da una nueva oportunidad de volver a empezar.
Claudia nos regaló una frase: es más conectivo con nuestros hijos equivocarse y pedir perdón que ser perfectos.
Más que nada, que ser perfecto es imposible.
Cojamos la bicicleta, reconozcamos nuestros miedos, entrenemos cada día….y el viaje será maravilloso.
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"Lo que me hubiera gustado saber antes de adoptar"