La Navidad se convierte, muchas veces, en un difícil equilibrio.
He hablado con varias familias esta semana y, las que mejor lo han pasado, las que han tenido una celebración más tranquila, es porque han decidido quedarse solas el núcleo familiar.
Son los que mejor lo han gestionado.
La situación familiar que podamos tener a lo largo del año, y que vamos capeando como podemos, se agudiza en estos días.
Y a veces saltan chispas.
Quizá no tienes una buena relación con la familia extensa.
Tal vez sí con la tuya y no con la de tu pareja…o al revés.
Es posible que la conducta de tu hijo haya complicado la relación con algunos de ellos.
O que tus hijos no se sientan a gusto, se sientas juzgados, se hagan bromas sobre sus debilidades, jamás se alaben ni se vean sus fortalezas…
Cuando van creciendo, y empezamos a incorporar a otros miembros en nuestro núcleo familiar, podemos tener el polvorín ya dentro de casa.
Incluso por la relación que existe entre los distintos hijos, que puede ser que no pase por su mejor momento y no entiende de fiestas ni celebraciones.
Mis hijos ya tienen una edad, y tienen sus propias parejas.
Me habréis oído decir que son totalmente distintos, y la convivencia no siempre es fácil.
Tampoco en Navidad…o sí.
Tuvimos una importante crisis la mañana de Navidad y quiero entonar un “mea culpa”
Sí, sí, el tener las cosas claras en la teoría, el saberlas transmitir para acompañar a otros, no me libra de mete la pata hasta arriba en algunas ocasiones.
¿Sabes cuándo? Cuando yo también estoy removida y no me he parado a calmarme primero.
Tuvimos una cena de Nochebuena ya algo tensa por un conflicto que había habido el día anterior y no se había gestionado del todo bien.
La mañana de Navidad, mis hijos estaban revueltos, enfadados, dolidos…cada uno tenía sus razones y las expresaba a su manera.
Llegó un momento que me sentí totalmente desbordada y exploté como no debía haberlo hecho, con quien no debía haberlo hecho.
Cuando metes la pata, toca reparar.
Para reparar, hay que dar un paso atrás, reconocer el error, buscar aliados, disculparse de corazón, explicar que te pasa, reconocer tus emociones…todo un ejercicio de humildad.
¿Sabes qué? Agradezco la crisis, y la detonación, y el estallido.
Trajo muchas cosas buenas después, y mucho aprendizaje.
La reparación con mi hijo mayor, para mí, fue sanadora, y sé que para él también: le confesé que tenía tanto miedo como él.
Estamos pasando por una situación que a ambos nos preocupa, y que afrontamos de distinta manera, aunque la emoción que nos mueve es la misma: el miedo.
Claro, yo la gestiono con mis herramientas, mi consciencia, y mis años y él aún está atravesando su adolescencia (aunque ya le parezca que es muy mayor).
Y aproveché para decirle todo lo orgullosa que estoy de él, todo lo mucho que sí hace bien, y cuanto me gustan muchas cosas de él.
Algo que, a veces, damos por sentado y que les hace sentir maravillosamente bien cuando lo verbalizamos y se lo transmitimos con un abrazo.
No es que no se lo hubiera dicho nunca, se lo digo de muchas maneras, quizá nunca así tan claro y tan alto y con todas las letras: O R G U L L O S A, muy, muy orgullosa de él.
¿Sabes qué me pasa? Que tengo una terrible tendencia, sobre la que tengo que seguir trabajando, de fijarme en las pequeñas cosas del día a día que no van tan bien, o en lo que siendo importante, nos enfrenta.
Cuando llegaron a comer, también hablé con mi hija y su pareja, no se habían sentido cómodos la noche anterior y no quería que se repitiera.
Las vidas no son muchas veces cómo quisiéramos, ni suceden las cosas cuando nos vendría bien a nosotras.
Y ahí son nuestras expectativas las que nos juegan malas pasadas, porque no sabemos respetar el ritmo de los demás.
Finalmente, tuvimos una de las mejores comidas de Navidad que recuerdo…todos colaboraron, y estuvimos súper a gusto compartiendo.
Mi hija, que es una crack dijo: ¿Pues no era tan difícil, no?
La montaña rusa de emociones, la dejo para otro capítulo.
Bien está lo que bien acaba.
¿Dónde estuvo mi error de base?
No trabajar mis propias emociones por anticipado para no estallar.
Y además….
No darme cuenta de que era Navidad y ellos siempre están más revueltos en estas fechas. Siempre.
No ser consciente de cuanto les estaba afectando no reunirnos, un año más, con una parte de la familia.
No ser consciente que no sentirse cómoda en la cena de Nochebuena a mi hija iba a detonarle su herida de abandono ¡otra vez!
Espero que haberte compartido esta experiencia mía, pueda ayudarte a ti a evitar algún error.
Y si llega el caso y es inevitable: REPARA
Decir “Lo siento” de corazón, expresar nuestro sentir, nuestras necesidades, conectar nuestras emociones, sean las que sean, aprovechar para validar, sostener, decir eso que quizá no les dices tan a menudo como debieras…
Te va a ayudar a vincular que el de lo que se trata.
Insisto: cuando la situación se pone cuesta arriba…solo nos salva el vínculo.
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