Este domingo pasado, después de una buena caminata con mi marido, decidimos sentarnos en una terraza para tomar una caña.
No estuvo fácil, que con el buen tiempo, se nos había ocurrido a todos la misma idea…
Finalmente, nos sentamos en una terraza bastante concurrida en una plaza, y tardaron un montón en atendernos.
Así que tuve ocasión de observar los comportamientos de los niños, y sobre todo de los padres, que estaban alrededor.
Y después de darle un par de vueltas, he creído interesante compartirlo contigo.
En la puerta de un bar, había un caballito de estos que funcionan con monedas solo que no dejaba de cabalgar.
Y allí estaban cuatro niños haciendo fila con su euro en la mano para subirse. Increíble el orden y la formalidad con la que hacían fila mientras el caballito cabalgaba solo.
En estas, se acerca un señor de una mesa con cara de pocos amigos, y le dice al primer niño algo que no oí bien pero el gesto de la cara, su lenguaje no verbal y la reacción del niño fueron suficientes para darme cuenta que, de algún modo, le estaba echando la bronca.
El niño siguió allí cabizbajo.
¿Resolvió algo este adulto? NO.
Tan solo hizo sentir mal al niño…y no les dio ninguna solución.
Al momento, se acercó otro señor con una sonrisa de oreja a oreja y les explicó que le caballito estaba estropeado y que no paraba nunca. No tenían que esperar a que parase, y no hacía falta echar moneda.
Así que lo subió encima y el niño empezó a cabalgar…
Mi mente adulta pensó: ya veremos ahora quien lo baja, con el rato que lleva esperando, y el rebote que se van a pillar las niñas que van detrás.
Para mi sorpresa, los niños siempre nos sorprenden cuando los observamos, se bajó mucho antes de lo que hubiera durado su turno con un euro, y se fue llorando hacia la mesa donde estaba su familia.
¡No lo supo gestionar! No se dio permiso para disfrutarlo…nada, ni un segundo. No sabía que hacer si algo externo (la moneda en este caso) no pautaba el derecho al disfrute del juguete.
De verdad que me sorprendió un montón.
Su familia también lo gestionó bastante mal, con un tono más de reproche (mira que culpa tenía la criatura) que de ayudarle a gestionar aquella situación que le había desbordado.
Las niñas que iban detrás también hicieron poco uso del caballito a pesar de que era gratis.
¿Cuántas veces los has montado en un juguete de estos y te han pedido otra moneda para continuar?
¿Y si es gratis, si nada externo delimita el tiempo y da el permiso para el disfrute no lo saben gestionar? Curioso.
Finalmente, se levantó una niña algo más mayor (unos 11 o 12 años le calculé) y organizó un poco los turnos, con bastante poco éxito.
Fíjate que importante enseñarles a gestionar también los regalos de la vida ¿verdad?
Me dejó pensando en esto esa situación: ponemos mucho el foco en enseñarles a gestionar las emociones más desagradables como los berrinches, las pataletas, la rabia, la tristeza, la frustración….
¿Y qué pasa cuando la vida, de repente, te regala algo? ¿Sabemos gestionar el disfrute, el éxito, aprovechar esos regalos?
Creo que también es una buena enseñanza y que nos toca aprender a gestionarlo en nosotras, que en ocasiones también nos cuesta mucho, para luego transmitírselo a ellos.
Respecto a la niña que quiso poner orden, te diré que seguí observando los roles de cada uno en aquella familia y, después de que un adulto les comprase no sé que chuche en una conocida tienda, ella decidió poner orden entre los pequeños, como si fuera una madre “sustituta” y a reclamarles que le dieran las gracias y un beso a la persona que lo había comprado.
Te prometo que me dio un vuelco el estómago. ¡Me recordó tanto a mí a su edad!
Me dieron ganas de volverme y decirle: “No cariño, esto no te corresponde, tú eres también una niña, tú eres la pequeña y ellos son los adultos. Si quieren reclamar agradecimiento, o lo que sea, les corresponde a ellos no a ti” (Lo de no forzar a los niños a dar besos lo dejamos para otro capítulo).
Cuantas veces por amor, por recibir reconocimiento, asumimos roles que no nos corresponden en la infancia y con los que luego cargamos de por vida.
Hasta aquí mi reflexión dominguera.
¿Te ha hecho reflexionar a ti también? Si me lo cuentas, te leo y te respondo.
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