Ayer fue un día gris, de esos que todo te sale torcido, que no te hayas, que solo encuentras obstáculos a caminos que ya creías hechos, un día de esos en los que dudas de todo.
Amaneció lloviendo y no creo que fuera una casualidad….yo antes odiaba la lluvia y, sin embargo, he conseguido amarla, buscar esas cosas de las que se puede disfrutar un día de lluvia y que no te ofrecen los días soleados.
En esos días que todo sale torcido, que los tenemos todos, es más difícil querernos ¿verdad?
Normalmente, estamos más irritables, nos sentimos menos capaces, tenemos menos paciencia, saltamos a la primera…cada uno sabemos lo que “salta” de nosotros mismos en esos días y cuesta, cuesta mucho aceptarnos en esas situaciones que no somos tan estupendos como nos gustaría, que no sale lo mejor de nosotros mismos, que quizá el que vive a nuestro lado tampoco reacciona bien a nuestras necesidades de ese momento.
Y es que solemos entrar en bucle cuando las cosas se ponen feas: cualquier cosa me irrita y voy con mi irritación a cuestas, y sin querer (ya no vamos a decir que en ocasiones sea queriendo) tratamos al otro desde esa incomodidad y el otro, que también tiene sus momentos….se irrita y….vuelta a empezar el bucle.
¿Os resuena esta situación?
Muchas veces echamos la culpa al otro: me ha dicho, no ha hecho, ha dejado de hacer….es más fácil que mirar dentro y asumir qué es lo que nos está molestando realmente, qué china es la que se nos ha metido en el zapato, qué parte de nosotros ha entrado en conflicto.
Sin embargo, es nuestra lluvia: incordia, molesta, nos tuerce los planes…y hay que aprender a amarla porque nos ofrece la posibilidad de ver cosas, de tomar conciencia, de darnos cuenta de “puntos de mejora” que no nos ofrecen los días soleados en los que todo va bien.
Si somos capaces de mirarnos con amor, con compasión, de acompañarnos, de abrazarnos, poco a poco, nos daremos cuenta de lo que nos desestabiliza, de lo que nos hace “reaccionar” y aprenderemos a detectarlo y hacer las cosas de otra manera, para nosotros y para los demás, antes de entrar en el “bucle”.
Todo este proceso, es muy saludable para nosotros y también para nuestros hijos.
¿Cómo se manejan ellos con todo esto?
¿Cómo suelen ser los días de nuestros hijos: lluviosos o soleados?
¿Y cómo les acompañamos en esos momentos?
¿Qué espejo les estamos ofreciendo?
Muchos de nuestros hijos tienen no pocas dificultades al manejarse emocionalmente, académicamente y socialmente.
Ahora que estamos todos en casa, solo tienen que lidiar con nosotros, y con los hermanos si los hay, y la combinación de “días grises” es más limitada pero, en su vida habitual, salen a un colegio que, a veces, es “hostil” para ellos puesto que conviven con un montón de compañeros que también tienen sus días mejores y peores; con varios profesores que también reaccionan en función a como llevan el día; con nosotros…y la mayor parte de las veces es ahí, cuando están con nosotros, cuando estallan porque es su lugar seguro, donde tienen más confianza y donde pueden dejar caer toda su lluvia.
Y ahí ¿Qué podemos ofrecer?
Pues podemos arremeter con nuestras nubes contra las suyas y liar una tormenta con sus rayos y sus truenos, seguro que todos hemos vivido bastantes de ellas;
O podemos haber hecho el trabajo de contenernos a nosotros mismos, de abrazarnos y entonces poder abrazarles a ellos y ser ese paraguas que necesitan, ese mantita que te cubre y mirar a la lluvia amorosamente y ver qué está sucediendo, qué china es la que nos duele dentro del zapato, que es eso que tanto nos ha molestado y enseñarles a verlo y a comprenderlo para poder sanarlo.
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