Ayer leí este cuento de Jorge Bucay en su libro “Cuentos para pensar”
“La tristeza y la furia”
Había una vez un estanque maravilloso.
Era una laguna cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente…
Hasta aquel estanque mágico y transparente se acercaron la tristeza y la furia para bañarse en mutua compañía.
Las dos se quitaron sus vestidos y, desnudas, entraron en el estanque.
La furia, que tenía prisa (como siempre le ocurre a la furia), urgida -sin saber por qué-, se bañó rápidamente y, más rápidamente aún, salió del agua….
Pero la furia es ciega o, por lo menos, no distingue claramente la realidad.
Así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, el primer vestido que encontró…
Y sucedió que aquel vestido no era el suyo, sino el de la tristeza…
Y así, vestida de tristeza, la furia se fue.
Muy calmada, muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está la tristeza terminó su baño y, sin ninguna prisa -o, mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo-, con pereza y lentamente, salió del estanque.
En la orilla se dio cuenta de que su ropa ya no estaba.
Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo.
Así que se puso la única ropa que había junto al estanque: el vestido de la furia.
Cuentan que, desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada.
Pero, si nos damos tiempo para mirar bien, nos damos cuenta de que esta furia que vemos es solo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad, está escondida la tristeza.
Según lo estaba leyendo, me vino a la mente una charla de hace unos años de Alberto Rodríguez en Zaragoza, en la que nos decía que la manera de sacar a los chavales adolescentes de la ira, de la rabia, era llevarlos a la tristeza.
Son las dos caras de la misma moneda pero a nuestros hijos, y más durante la adolescencia, les es más fácil contactar con la ira, con la rabia y pelear contra todo y contra todos que mirar de frente el dolor que sienten dentro y dejar salir la tristeza y aceptarla.
¿Cuántos de vuestros hijos, después de una explosión de rabia, no han terminado llorando amargamente?
Yo pienso, por lo que los he observado que, muchas veces, ni siquiera ellos saben qué es lo que los ha llevado a esa situación.
Se sienten mal, y la más mínima chispa les lleva a estallar y, de repente, estamos todos inmersos en intentar controlar una explosión.
¿Cuántas veces ni siquiera sabes qué es lo que has dicho o hecho para que todo estallara?
Si te pilla con el día bueno, tranquila, capaz, quizá con suerte lo puedas capear con poco daño: lo más inteligente en ese momento es apartarse, no insistir, estar atentos por si hace falta intervenir pero, si es posible, dejarle su espacio y esperar a que…tal como ha subido, vuelva bajar.
Darles su tiempo.
Quizá un “si quieres algo estoy aquí fuera” que, posiblemente, te venga con una respuesta del tipo “no te necesito para nada” o similar.
Pero tú ya se lo has dejado caer...estarás ahí.
Cuando las aguas van volviendo a su cauce, muchas, muchas veces, acaban llorando desconsoladamente y quizá sean capaces de verbalizar qué es lo que ha pasado, porque han estallado, que situación les ha llevado a explotar.
Tal vez ya venían “cargados” del instituto, del colegio, tal vez un comentario inoportuno de un compañero, de un profesor…quizá ellos han interpretado algo en su propio idioma: “han querido decir que yo no valgo”, “me dan de lado por esto o por lo otro”.
Otras veces un comentario nuestro sin importancia, ese día les ha cogido “con la casa revuelta” y cuando le has dicho esto o aquello “porque soy tu madre” a ellos lo que les ha resonado dentro es “tengo otra madre que no sé donde está ni porqué me dejó y no eres tú”.
A veces, se puede saber qué es lo que les ha llevado a la explosión y acompañarles en entender y aceptar esa emoción pero otras veces nos quedamos todos con la duda.
Lo que tienen que tener claro es que les vamos a acompañar ahí, en ese momento difícil para ellos, que vamos a aguantar la estampida, que los vamos a contener, que vamos a validar sus emociones, que vamos a ver el dolor que llevan dentro, y que, a pesar de todo, vamos a seguir queriéndoles sin condiciones.
Con límites pero sin condiciones.
Un día José Ángel Giménez Alvira, autor de “Indómito y entrañable”, cuya lectura os recomiendo a todos los que aún no lo hayáis leído, me decía que su hijo les decía que había salido adelante gracias a que ellos siempre habían estado incondicionalmente a su lado y le habían querido por encima de todo y que eso era lo más importante para nuestros hijos que supieran, que tuvieran la certeza, de que les íbamos a querer por encima de sus “explosiones” que íbamos a estar ahí para ellos, que les íbamos a acompañar tanto si se ponen el vestido de la rabia y hay que recoger los trozos de algún jarrón, como si se ponen el vestido de la tristeza y hay que enseñarles a mirarla y aceptarla.
Descarga GRATIS la guía:
"Lo que me hubiera gustado saber antes de adoptar"