He leído recientemente una tradición de la tribu africana Himba que me ha hecho reflexionar.
Parece ser que, en cuanto una mujer está embarazada, el resto de las mujeres empiezan a componer una canción para el bebé, que lo acompañará toda su vida, como parte de su educación.
Cuando el niño hace algo mal, incluso cuando ya es adulto, en lugar de castigarle, la tribu se reúne y le canta su canción para que recuerde quién es realmente, cual es su alma, su esencia.
Consideran que los errores no nos hacen peores personas, simplemente expresan que nos hemos desconectado temporalmente de quien realmente somos, por eso le cantan su canción durante varios días para que lo recuerde y se reconecte.
La tribu le dice “sawabona” que significa “yo te respeto, yo te valoro, tú eres importante para mí”
y el contesta “shikoba” que significa “entonces, yo existo para ti”.
Después de leerla me quedé pensando durante un rato:
¿Qué sucedería si tratáramos los errores de nuestros hijos con esa filosofía?
Y yendo un poco más lejos:
¿Quién seríamos cada una de nosotras si nos hubiesen criado así?
Todos cometemos errores, a veces más grandes, otras más pequeños, de mayor o menor transcendencia pero nadie nos libramos de ellos, yo la primera.
Por más que leo, escucho, me formo, trabajo con mis debilidades, medito, intento estar en mi centro, sobreponerme a las vicisitudes que van surgiendo…meto la pata con una habilidad pasmosa…y os aseguro que nunca, nadie, ha venido a cantarme nada y muy pocas veces he tenido cerca una voz amable que haya intentado descargarme de esa sensación entre frustración y culpa que nos queda cuando sabemos que la hemos fastidiado pero bien….
Normalmente, cuando algo sale mal, ponemos el foco exactamente sobre eso, lo que está mal, y nos fustigamos por ello en lugar de ser amables con nosotras mismas, y hacernos conscientes de que el error no nos define, que ha sido una metedura de pata, un momento de despiste, de debilidad, pero que estamos por encima de eso y que podemos seguir adelante, aprender de lo sucedido y volver a intentarlo, esta vez, de otra manera.
¿Qué hacemos cuando nos toca educar a nuestros hijos?
¿Cantarles cuando se equivocan?
¿Abrazarles?
¿Explicarles cariñosamente que ha sido un error, que la próxima lo harán mejor?
Pues no, habitualmente, no.
Utilizamos las mismas técnicas que han usado con nosotras: poner el foco en lo que se ha hecho mal y recriminarles por ello, en ocasiones, más de una vez, e incluso traer errores pasados a colación en otras situaciones venideras
¿Os suena?
¿Y qué sucede?
Pues que nuestros hijos que no suelen andar sobrados de autoestima, sienten que no son suficientemente buenos, que no cumplen nuestras expectativas, que no están a la altura que esperamos, que no tienen remedio, y un sin fin de pensamientos negativos.
Creo que, si en lugar de poner el foco en el error, y frustrarnos por ello, intentásemos fijarnos más en las buenas intenciones que tienen las más de las veces, en las muchas cosas que sí hacen bien, y se las hiciéramos notar, sería más positivo y más constructivo para ellos….y para nosotras.
Deberíamos hacerles sentir que los respetamos, que los valoramos y que son importantes para nosotras, como hacen los miembros de la tribu Himba.
Ojo, que sé que no es nada fácil ¿eh?
Que yo os estoy haciendo esta reflexión después de meter la pata un par de días seguidos por mi reacción frente a los errores de mi adolescente mayor pero, por eso mismo la hago, desde esa toma de consciencia de que ellos hacen las cosas como las hacen porque, las más de las veces, no las pueden hacer mejor.
Y se sienten realmente frustrados cuando se dan cuenta de que han vuelto a fallar.
En este estado de decepción y frustración de sí mismos se defienden y, para ello, a veces, atacan… y si no estamos al tanto, nuestra reacción no suele estar a la altura de lo que ellos merecen.
Se merecen que les cantemos su canción, que les recordemos su alma buena, que seamos capaces de ver su desconexión y que necesitan de nosotras para que volvamos a conectarles.
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