Hace unas semanas, presentando para la asociación de familias adoptivas En familia Sí, de Murcia, mi charla:
“Repárate para repararles” hubo un comentario que me pedía que incidiera en la idea que exponía de las consecuencias, a la hora de constituirse como familia adoptiva, de descubrirte en el rol de padre o madre.
Para las que sois familias monoparentales, que supongo tiene que hacerse cuesta arriba en determinados momentos, cargar con toda la responsabilidad y las exigencias de la crianza, imagino que también os descubrís haciendo y diciendo cosas que no hubierais esperado de vosotras mismas, y que os miraréis al espejo un poco (o un mucho) extrañadas de vuestras reacciones, de vuestra poca paciencia, de como contestáis en un momento de agotamiento…en definitiva, de la persona en la que os habéis convertido al escuchar la palabra “mamá” (o papá) hasta el infinito.
Sinceramente, en mi exposición, yo me refería más a cuanto se complica la convivencia, en ocasiones, cuando afrontas la adopción en pareja porque esa ha sido mi experiencia.
Nosotros, para cuando fuimos padres, llevábamos 5 años de tranquila convivencia.
Conectábamos muy bien, nos llevábamos muy bien, nos comunicábamos bien…y eso que habíamos pasado por situaciones complicadas juntos, pero nada había conseguido desestabilizarnos.
Cada uno tenía sus “zonas de mejora”, nadie somos perfectos, lo que no quita para que la convivencia y la relación fuera excelente.
Ambos deseábamos ser padres, estábamos involucrados en el proceso, habíamos ido tomando las distintas decisiones de manera consensuada, y por fin, un día sonó el teléfono, había 2 hermanos para nosotros, preparamos todo rápidamente, fuimos a buscarlos y vivimos aquellos días con ilusión, emoción, nervios y, porqué no decirlo, un poco de miedito.
Ya de vuelta a casa, ese “nosotros”, se había convertido casi de repente, en un “nuevo nosotros” ahora integrado por 2 personitas más que, como tantas veces decimos, habían cambiado todo su entorno y no nos conocían de nada.
Y allí estaban con sus demandas, sus “esto no me gusta“, “eso que es“, “esto no lo quiero“, lo otro te lo tiro…y, ante esos nuevos retos, ni mi marido me conocía a mí en mis reacciones, ni yo a él.
Total, que éramos dos desconocidos en nuestros nuevos roles de padre y madre.
Si él que era un marido cariñoso, cercano, servicial…agotado de no dormir y continuar con su ritmo de trabajo, se mostraba más exigente con ellos de lo que yo imaginaba que iba a ser, me sorprendía de esa reacción, de esa falta de paciencia.
Si yo, que no había levantado nunca la voz con él, ante las continuas demandas y desobediencias de ellos, acababa gritándoles, él también se sorprendía lógicamente.
Y yo también me sorprendía, porque me había jurado no hacerlo jamás antes de que ellos llegaran a casa.
También descubrimos cosas buenas que desconocíamos el uno del otro, por supuesto.
La capacidad de juego, de improvisación, de hacer el payaso, de ser un aliado en sus tiendas de campañas de salón, de montar teatrillos nocturnos con 4 peluches…esas habilidades, las descubrí al conocerlo en su rol de padre.
Mi ternura, ese amor maternal, mi manera de transmitir al contarles el cuento por las noches o al cantarles canciones de mi infancia hasta que se quedaban dormidos…tantas otras cosas, que él también descubrió de mí, en mi rol de madre.
Si hay unos buenos cimientos de una buena relación previa, con comunicación y siendo uno aliado del otro, echando un capote cuando ves que está desbordado, que no puede más, entrando uno al relevo del otro, hablando tranquilamente las cosas que no te gustan, o que simplemente no te esperabas…se va llevando esta nueva situación sin que se convierta en una crisis mayor.
Cuando los niños van creciendo, si las experiencias se complican (que no siempre se complican) tampoco es fácil que los 2 estéis de acuerdo en la búsqueda de soluciones.
Tal vez ese cambio de cole que a ti te parece imprescindible, a él le parece un capricho; quizá esa terapia o taller, o lo que sea, que a él le parece tan novedoso y que podría ayudar a mejorar esta o aquella función ejecutiva, a ti te pilla hasta el gorro de ir a un lado a otro y que nada parezca funcionar.
Quizá os piden no sé cuantos mil euros para un nuevo tratamiento y no sabéis si hacéis bien invirtiendo ahí o si sería mejor gastarlos en un viaje al Caribe, para relajaros todos, o directamente iros a vivir a una isla desierta donde no hubiera tanta exigencia de unos y otros, y pudierais vivir tranquilos por una temporada.
Creedme que hay épocas para todo…
Por tanto, desde la perspectiva que me da llevar ya tantos años en esto, y haciendo un balance hasta aquí de mi propia experiencia, me atrevo a proponeros que os reconciliéis con la paciencia:
Paciencia para con vosotros mismos.
Paciencia para con el otro.
Paciencia con el ritmo de vuestros hijos.
Paciencia con el ritmo de vuestra familia.
Si a la receta de la paciencia le añadís mucha comunicación y consenso a la hora de tomar decisiones.
Valorar los pros y los contras de cada paso que deis.
Haceros acompañar vosotros para que no reaccionéis en “automático”, sino que viváis de una manera consciente vuestro estilo de comunicación, de trataros, de veros el uno al otro, y de mirar juntos a vuestros hijos.
Creedme que todo va a evolucionar de una mejor manera para todos.
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