Hace unos días una amiga “de redes” (así llamo yo a las personas con las que me relaciono solo en redes, o que he conocido en charlas y cursos online) subía unas fotos de una excursión preciosa que habían hecho con su marido hasta la cumbre de un pico cercano a su casa.
Yo le decía que la envidiaba por estar en tan buena forma física y porque, semana a semana, nos iba compartiendo las sucesivas excursiones que hacía en entornos que me parecían preciosos.
Ella me contestó que se trataba de empezar poco a poco y que había sitios muy bonitos para caminar.
Mi respuesta fue “como se nota que no vives en los Monegros” (para las que no lo sepáis, los Monegros es una zona prácticamente desértica).
A mí me encanta el verde: el verde de los Pirineos que torna de mil colores ahora en otoño, o el verde del norte, del Cantábrico, con esos increíbles acantilados…así que vivir aquí, casi me parece un castigo.
Procuro ir de excursión o de vacaciones a esos lugares y, cuando vuelvo a casa, me invade una especie de “depre post-verde”.
Desde que vivo en un pueblo, con fincas con árboles alrededor, y un mini jardín en casa, lo llevo algo mejor.
En este Aragón nuestro de contrastes, muy cerca de casa, están los sotos del río Ebro y el salto de agua que veis en la foto…hoy nos hemos ido a dar un paseo por aquí y me he hecho la siguiente reflexión ¿por qué siempre me quejo de vivir al lado de los Monegros y no vengo más a pasear por aquí y a disfrutar del sonido del salto del agua?
¿Por qué no aprendo a mirar más hacia lo que me suma, lo que me aporta bienestar?
¿A dónde quiero ir a parar con todo esto?
Pues a que casi todos, salvo que te propongas cambiarlo y entrenes a tu mente para ello, nos fijamos más en lo que tenemos alrededor y no nos gusta, en lo negativo, que en todo lo mucho bueno y positivo que tenemos también bien cerca nuestro.
Resulta que parece que la mente está preparada para fijarse más en lo negativo, para defenderse y sobrevivir, que en lo positivo que no la pone a la defensiva.
De ahí que todos tengamos esa tendencia y sea tan difícil cambiarlo por más que lo intentemos.
Poniendo esa mirada en nuestros hijos
¿Qué partes miramos más de ellos, todo lo bueno que tienen, lo positivo, lo que se les da bien, su “verde” o miramos más a sus partes “desérticas” lo que no se les da tan bien, lo que les cuesta, lo que menos les gusta?
Sé que lo hacemos todas con la mejor intención, que avancen, que mejoren, que se superen, pero creo que conseguimos el mismo efecto que yo consigo si miro al desierto en lugar de mirar al soto y al agua.
De sentirme mal por todo eso que me falta, a disfrutar del camino ¿no?
Debería haberme fijado en todo lo que bueno que tenían, y lo hacía a veces claro, y no estar siempre poniendo el foco en sus debilidades, en lo que hacían mal…tendría que haber pasado de opiniones ajenas y potenciar sus fortalezas para que ellos se hubieran sentido más válidos y más suficientes.
Tengo que reconocer que eso es más fácil con aquel que da menos “problemas” (el que va bien en el cole, o el que destaca en un deporte, o en música, o en lo que sea) pero cuando hay una dificultad de base, que acaba invadiendo la vida escolar, la práctica de un deporte (sobre todo según quien sea el profesor y el entrenador) pues es muy difícil tener la vista firme en lo positivo porque el resto del mundo se dedica a girarte literalmente la cara hacia lo negativo y tú acabas con tortícolis.
Con algunos de nuestros hijos hemos pasado un verdadero infierno por la inadaptación social, por su fracaso escolar, por lo que sea…y, a veces, nosotras hemos ayudado a que esto fuera así por poner el foco en su parte “desértica” pero si cambiamos esa mirada y nos centramos en su “verde”, doy fe de que las cosas cambian…que florecen, que salen sus fortalezas, que se van asentando y tranquilizando y dejando fluir todo lo que llevan dentro y consiguen encajar y sentirse válidos.
No es que no haya puntos a mejorar…pero de esos tenemos todos en abundancia.
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