Vivo en una zona rural y, en estos días de febrero, todos los años disfrutamos del espectáculo de las aves migratorias.
Esta misma mañana me he quedado fascinada un buen rato mirándolas.
Esté donde esté me avisan con sus cantos y salgo a verlos. Iban cientos en varias formaciones en forma de “V” que van cambiando, supongo, por las corrientes de aire. No entiendo nada de ornitología, solo me llama la atención como avanzan y como se comunican entre ellas. Después de pasar varias bandadas, han llegado un par de aves solas que se habían quedado rezagadas y he observado como, a lo lejos, varios cientos volaban en círculos como esperando a las demás. Y han ido llegando otras después hasta que han considerado que era el momento, y se han puesto en camino hacia el norte.
Me impresiona, me fascina, me encanta escucharlas y verlas y me asombra como son capaces de comunicarse en vuelo.
¿Te has fijado alguna vez? Me parece como un milagro, perfección.
Sin embargo, nosotros los humanos parece que hemos perdido esa capacidad de comunicarnos y entendernos.
No ya solo entre los adultos, que es obvio solo con mirar alrededor y ver la cantidad de conflictos que hay por malentendidos, sino también con nuestras propias crías.
¿Cuántas veces te ha parecido que tú dices o haces algo y se interpreta mal o con un sentido totalmente distinto al que era tu intención? A mí me pasa demasiadas veces, demasiadas.
El otro día me contaba una madre que había tenido un gesto cariñoso con su hija de 20 años, y ella lo había interpretado como una invasión, como una falta de tacto por su parte, sabiendo que el tacto no es uno de sus fuertes precisamente.
A veces, yo me intereso por algo que les sucede a mis hijos, para ver como puedo ayudar, y ellos lo interpretan como que me estoy inmiscuyendo, que no los creo capaces de resolverlo ellos, que estoy siendo crítica…montones de interpretaciones que no estaban para nada en mi intención.
En comunicación no violenta se dice algo así como “entre lo que pienso, lo que quiero decir, lo que digo, lo que escuchas, lo que entiendes, lo que interpretas…” hay muchísimas posibilidades de no llegarnos a entender ¡Y así es! ¿No te parece?
Mi comunicación, y la tuya, se compone de múltiples factores: lo que dices en sí, el tono, el timbre, la entonación, la comunicación no verbal… A veces digo algo con buena intención pero mi cara delata que estoy conteniendo una crítica, o que no me está sentando bien, o mi tono es duro, o con ironía…
Ufff ¡Cuántos factores a tener en cuenta!
Nuestros hijos, tienen un radar especial para detectar cuando algo no está en sintonía. Se han hecho maestros, en captar todo aquello que les chirría ¿No te pasa con los tuyos?
Yo sigo aprendiendo a hacerlo mejor.
Sigo poniendo consciencia en lo que digo y como lo digo y, aún así, meto la pata muchas veces.
Cuando lo noto, reparo, me disculpo, explico mi intención. No siempre me escuchan.
No importa, lo sigo intentando. Mido mis palabras, observo mi tono.
No digo que sea fácil, digo que merece la pena.
A veces, me gustaría ser una madre gansa, que se guiara solo por el instinto y se dejara llevar y no tuviera tanto juicio, tanta creencia ya aprehendida a la hora de comunicarme con ellos.
Y, en este momento, estaría volando al norte, dejándome llevar por las corrientes de aire.
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